Todos los análisis en la prensa, radio y televisión leídos y escuchados en las vísperas hablaban de igualdad entre Barça y Madrid. Los culés sabíamos que nuestro equipo llegaba bien al Clásico, pero también el aspirante. Se decía que este era el partido entre los dos más igualado de los últimos años. Los pronósticos más favorables al Barcelona tendían hacia un 1-0, 2-1, pero nadie pensaba en una barbaridad como es una manita sin recibir ninguno.
El fútbol puede destrozar teorías como se demostró anoche. Sobre el papel los dos salían con todo. En la alineación del Madrid se caía Higuaín, al parecer lesionado y entraba Benzema, en teoría al nivel del argentino. El Barça se dejaba de probaturas y miedos y sacaba su once más atacante, sin introducir variantes como podía ser el reforzamiento del centro del campo con Mascherano.
La realidad fue otra. El Madrid no sacrificó a nadie de su alineación habitual, pero salió con una táctica más defensiva, acumulando hombres en la parte trasera con la incorporación al lateral izquierdo de Di María y el posicionamiento de Marcelo más centrado. Ahí cavó su tumba el estratega Mourinho.
Los dos primeros goles del Barcelona vinieron por fallos en la marca del brasileño, desacostumbrado a esa colocación, y gracias a los buenos movimientos de Xavi y Pedro. A partir de ahí, el juego se convirtió en un monólogo de rondos atacantes, mareantes para el rival, en lo que los chavales suelen llamar coloquialmente un "burreo".
A los jugadores azulgrana no les convenía una excesiva aceleración, el Barça juega con ritmo pero sin excesivo vértigo. La experiencia les había demostrado que mucha adrenalina podía ser perjudicial. Así que se pusieron a elaborar sin prisa pero sin pausa y, sobre todo, sin excitación. Únicamente se descentraron tras un incidente entre Guardiola y Cristiano Ronaldo, con Valdés acudiendo a defender a su entrenador como un descosido. Fueron pocos minutos, pero ahí se atisbó un cierto descontrol emocional.
El Barça, los jugadores, apenas habían hablado en la víspera. En cambio, desde Madrid, se había vuelto a resucitar el Canguelo, Cristiano retaba a meterles ocho, como al Almería, Mourinho había despreciado al Sporting por "regalar el partido" ante el Barça, con el que sólo perdió 1-0 y algunos personajes que dirigen esa campaña propagandística, como el director de Marca, Eduardo Inda, daban por favorito al Madrid y decían que se enfrentaba el mejor entrenador del mundo (Mourinho) frente a uno de los segundos mejores entrenadores. El trabajo de motivación ya estaba hecho. No hacían falta videos.
El partido tenía mucha carga emocional. Había sido calentado en exceso. Y algunos jugadores mostraron la impotencia de la derrota. Sólo así se puede explicar el nefasto comportamiento de Sergio Ramos, que más que un deportista pareció anoche un quinqui, que pierde los estribos y larga una patada a Messi que pudo lesionarlo gravemente y empuja a rival que pilla por delante. Es de esperar que el Comité de Competición, por el bien del fútbol, lo castigue como se merece.
El Barça salió enchufadísimo y volvió a representar una obra futbolística con ferovorsa acogida del público. El mundo vio anoche, una vez más, cómo es la belleza del juego de equipo, en el que se asocian jugadores la mayoría pequeños, que se mueven y combinan con mucha gracia con la finalidad de ganar un partido. Y a la sociedad Xavi-Iniesta se unió Messi, más retrasado ayer, posición que desorientó al Madrid, que a veces vio cómo el habitual movimiento del argentino lo realizaba el egarense, como ocurrió en el primer gol.
Y es que cuando el Barça tiene la pelota, se defiende con ella, es muy difícil atacarle. Y el Madrid apenas inquietó la portería de Valdés, que apenas realizó una intervención exigente, y muy al principio. En este partido, por fin, vimos a un Villa goleador, hizo dos, cuando precisamente más se requería de sus competencias. El Barça desarboló al Madrid y llenó de dudas un proyecto pintado hasta ahora como la panacea blanca. Que no decaiga.
(La fotografía es de www.elmundodeportivo.es)
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