Con naturalidad, sin gestos extemporáneos o liberadores de tensión. Así es como explicó anoche Messi, una vez más, por qué es el mejor del mundo y por qué nadie puede dudar de su categoría y de todos los reconocimientos que le puedan llegar. Lionel Andrés Messi volvió a desencallar un partido que acabó en manita, pero que el Betis puso muy complicado.
Messi festejó así el Balón de Oro que había recibido el lunes y despejó cualquier duda estúpida sobre sus méritos para obtenerlo, sin que por ello no sean acreedores de las mejores distinciones sus compañeros Xavi e Iniesta. La fiesta empezó con la foto de los tres y el Balón de Oro y con un palco de autoridades presidido por sus familiares más directos.
El Betis había anunciado guerra. Su entrenador decía que la eliminatoria estaba al 50%. Y no eran declaraciones de intenciones ni bufonadas propias de otros preparadores. El Betis se plantó en el campo del Barça y organizó una presión muy bien estructurada para asfixiar la salida del balón de los locales, a los que complicaron la vida, tanto que el guardameta Pinto tuvo que realizar varias intervenciones de mérito para mantener limpio el marcador.
Guardiola intuyó con acierto lo que se avecinaba y puso en el campo casi todo el once más asiduo. Y no iba desencaminado por lo que se vio sobre todo en la primera parte. No es que el Barça no jugara con su estilo. Es que el Betis le plantaba cara como un equipo solvente de primera división, a la que sin duda llegará al final de esta temporada si no ocurre un cataclismo.
Bien es cierto que el Betis estaba jugando el partido de la temporada. Había visto a los verdiblancos actuaciones más bien vulgares en la Liga Adelante por lo que el juego desarrollado ayer me sorprendió. Desde el portero Casto, que estuvo cerca de salir del club este verano hasta un fulgurante Rubén Castro, parecían un adversario de nivel europeo.
Pero en éstas que el partido estaba complicado, con oportunidades, en ambas áreas, que llegó al filo del descanso el Balón de Oro y con su clase abrió la lata y dio lugar al desparrame, sin que los andaluces bajaran la guardia ni perdieran un ápice de su estilo. No fue justa quizá la manita, algo excesiva, pero el resultado fue fruto de que el Barça se tomó este primer partido muy en serio con el objetivo de aclarar la eliminatoria.
Y si extraordinarios fueron los goles de la Pulga, maravilloso fue el gesto técnico de Andrés Iniesta en el quinto gol. Con qué arte y oficio controló y con qué precisión envió el centro para que el bueno de Keita matara con la cabeza. Fue momento para mover el banquillo y para apreciar lo alto que es Afellay, sin ser una torre, en relación a la media de los jugadores del Barça. La verdad es que algo le va a costar coger la velocidad a la que juega este equipo, en el que ayer no estuvo ni en el banquillo Bojan Krkic, que ha de tomar este hecho como revulsivo más que como castigo, porque todos queremos ver al chaval del último tercio de la temporada pasada.
Dos anécdotas salpicaron el encuentro televisado y que tienen lectura positiva. Piqué y Alves se enzarzaron en una discusión pública en el campo que unos profesionales deben solucionar en privado. Pero las diferencias revelan un interés de ambos por hacer bien las cosas. La solidaridad, el compañerismo y el buen rollo es necesario en un equipo. Y eso también lo pueden propiciar los familiares. En un momento las cámaras captaron como la madre de Messi le explicaba a la de Xavi el ritual de la Pulga en la celebración de los goles: levanta dos dedos hacia el cielo y se lo dedica a su abuela. Cosas de la gente normal.
(La fotografía es de Pere Virgili y está extraída de www.ara.cat)
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